Ambientada
en la Edad Media, presenta en las actuaciones y en los diálogos cierto tufillo
a modernidad que desentona. Su excesivo metraje, unido a la apuesta de contar
un mismo hecho desde tres perspectivas distintas, implica (salvo algún matiz
interesante) demasiadas redundancias innecesarias. El guion, algo errático y
descontrolado, se precipita en los primeros minutos, abarcando sucesos deslavazados
durante más de quince años para, posteriormente, desubicarse combinando rasgos
narrativos contemporáneos con una escenografía arcaica. Algo hay en el modo de
contar el relato que le resta credibilidad, centrando todas sus opciones en la
magnitud de la épica.
No
se puede evitar la comparación con “Gladiator” ni con “Rashōmon”, de Akira
Kurosawa. Con el primero, por tratarse del otro emblema histórico de Ridley
Scott, y con el segundo, por su similitud en el tema y la trama. Frente a ambos
casos, la actual versión, quizá más vanguardista de lo deseable, sale perdiendo.
El rigor del guion, el cuidado de los personajes y la coherencia narrativa de
aquellos impide salir victoriosa a esta nueva aventura del realizador. No
obstante, “El último duelo” también cuenta con notables aciertos. La
ambientación, la fotografía, el realismo de varias secuencias y la intensidad
de algunos planos merecen destacarse, si bien no optará a ocupar el podio en el
currículo de Scott.
Basada
libremente en hechos reales, traslada a imágenes el duelo entre Jean de
Carrouges y Jacques Le Gris, dos amigos que, con el paso de los años, se
convirtieron en enemigos por un motivo muy poderoso. En la Francia del siglo
XIV, Marguerite de Carrouges, esposa de Jean, acusa a Le Gris de haberla
violado, apelando entonces su marido ante el rey Carlos VI para que autorice un
duelo a muerte entre ambos hombres.
La
propuesta contiene potencia y épica a raudales, constituyendo sin duda el mayor
valor de la filmación. Sin embargo, su pulcritud técnica y su esmerado
detallismo acaban emborronados por diálogos un tanto fallidos e
interpretaciones bastante desacompasadas, en especial la llevada a cabo por Ben
Affleck. Su valía detrás de las cámaras está fuera de toda duda, tal y como
atestiguan sus credenciales en “Argo”, “The Town (Ciudad de ladrones)” o
“Adiós, pequeña, adiós”. Incluso cuando es capaz de controlar sus excesos
interpretativos ofrece actuaciones aceptables. Lástima que, por regla general,
resulten torpes y artificiales. Aquí da vida a un noble medieval con la misma
sistemática que emplearía para representar al macarra de un videoclip de
reggaetón. Su pelo teñido de rubio y su perilla recortada, su permanente copa
de vino en la mano (amanezca, atardezca o anochezca, es lo de menos), sus exhibiciones
sexuales y su extrema gestualidad perjudican la veracidad de su representado,
arruinando de paso el clímax creado por el resto de los actores.
Matt
Damon, más sobrio y efectivo, eleva el listón. Pero quien supera a todo el
elenco es Adam Driver, que demuestra una facilidad pasmosa para encandilar al
objetivo y trasladar su imponente presencia a la pantalla. Sin ser ni mucho
menos su actuación más brillante, sobresale sin discusión dentro del casting. Jodie
Comer, actriz a la que conocí en la tan interesante como extraña serie
televisiva “Killing Eve”, completa el trío protagonista, cumpliendo con su
misión.
En
mi opinión, pues, el punto débil de “El último duelo” reside en el guion,
escrito conjuntamente por Nicole Holofcener, Matt Damon y Ben Affleck. Ella
realizó una aceptable labor en “¿Podrás perdonarme algún día?” y ellos, aunque
obtuvieron un Oscar por el texto de “El indomable Will Hunting” (menuda
paradoja), es obvio que destacan más en otros ámbitos. Y es que el guion es una
cosa muy seria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario