Comenzó
la película con la tradicional fanfarria de la Twentieth Century-Fox y, durante
aquellos escasos segundos, todo iba bien. Pero fue terminar la vigorosa y
mítica composición musical de Alfred Newman e iniciarse un declive
ininterrumpido que no concluyó hasta los títulos de crédito finales.
Definitivamente, “La mujer en la ventana” es una mala película. Pésima, en
realidad. Configurada como una especie de homenaje al maestro Alfred Hitchcock
(las referencias a sus obras, trama incluida, son continuas), toma prestadas
del gran mago del suspense algunas de sus señas de identidad, aunque sin la
habilidad ni el ingenio necesarios para hacer buen uso de ellas y, sobre todo,
sin un guion ni unos personajes sólidos sobre quienes poner en práctica las
enseñanzas de célebre cineasta británico.
Confieso
que me ha resultado especialmente doloroso ver esta propuesta, pues admiro
profundamente a muchos de los profesionales que participan en semejante
desastre. Para empezar, su director, Joe Wright, responsable de uno de mis largometrajes
fetiche, “Expiación”, que reviso con frecuencia porque me proporciona esa clase
de felicidad que sólo el arte puede dar. “Orgullo y prejuicio”, la versión de “Anna
Karenina” (2012) o “El instante más oscuro” constituyen otras muestras de su
capacidad. Por ello, me resulta de todo
punto incomprensible que haya rodado una cinta construida sobre una narración
tan absurda y cargada de clichés fallidos. En ocasiones sucede. Basta recordar
a Francis Ford Coppola con “Jack” (1996) y a Ridley Scott con “La teniente
O'Neil” (1997), que sumieron al público en la perplejidad al rodar tales
calamidades en pleno uso de sus facultades.
Sea
como fuere, “La mujer en la ventana” se acaba de estrenar en Netflix ofreciendo
un plantel de estrellas impresionante y, en consecuencia, generando unas altas expectativas
que, tristemente, degeneran en un batacazo monumental. El modo en que los
personajes entran en escena es chapucera y hasta irritante. Las secuencias de
pretendido terror representan una mala copia de la más casposa producción de
serie “B” (por no decir “Z”). Pero, por encima de todo, es el constante tufillo
a medio camino entre el citado homenaje y el revisionismo hitchconiano el que termina
cabreando al verdadero admirador de su legado. A Alfred Hitchcock no hay que
readaptarlo al cine moderno, y en pleno siglo XXI es posible revisionar sus
mejores trabajos sin que pierdan un ápice de calidad.
Una
psicóloga infantil que padece agorafobia deja transcurrir el tiempo encerrada
en su domicilio de Nueva York bebiendo vino, mientras ve viejas películas y
espía a sus vecinos. Un día, mirando por la ventana, se convierte en testigo de
un crimen cometido en la casa de enfrente, iniciándose a partir de ese momento
su desesperado intento por aclarar lo sucedido.
Me
decepciona que todo un Gary Oldman se haya involucrado en este proyecto, si
bien entiendo que le debe al realizador su más que merecido Oscar por
interpretar a Winston Churchill, por lo que se habrá visto obligado en cierto
modo a darle el sí, teniendo en cuenta el agradecimiento que le profesará. Pero,
que yo sepa, Amy Adams no mantiene con Wright ninguna cuenta pendiente. Esta
fantástica actriz, seis veces nominada a la estatuilla dorada de Hollywood y
con una filmografía plagada de brillantes actuaciones, no merecía este borrón
en su trayectoria. Similar sensación provocan las participaciones de Julianne
Moore (con un Oscar y dos Globos de Oro en su haber), la otrora famosa Jennifer
Jason Leigh o la popular pareja de la serie “Falcon y el Soldado de Invierno”, Wyatt
Russell y Anthony Mackie. Mayor singularidad entraña el caso de Tracy Letts,
habitual actor secundario en films destacados como “La gran apuesta”, “Los archivos
del Pentágono”, “Lady Bird” o “Le Mans '66”, y que, pese a interpretar un
papel, no figura en los créditos como actor. Probablemente haya tratado de
desvincularse de una catástrofe que, en gran medida, es responsabilidad suya,
habida cuenta que es el autor del guion. Lo dicho: una situación
incomprensible.
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