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viernes, 11 de octubre de 2024

JOKER: FOLIE À DEUX



Aunque sin llegar a entusiasmarme, reconozco que la película “Joker” me gustó. Se trataba de una propuesta arriesgada, atrevida, original, transgresora y con el atractivo de una gran interpretación. Ganadora de dos premios de la Academia de Hollywood en 2020 (actor protagonista y banda sonora) supuso un éxito mundial absoluto, pese a hallarse en las antípodas del célebre personaje de la saga “Batman” y a alejarse sustancialmente de la idea que albergaba el público sobre el cómic. Ingresó más de mil millones de dólares a nivel internacional tan sólo en concepto de taquilla, cuando su presupuesto apenas superó los cincuenta. Así pues, era enorme la tentación de rodar una segunda parte con vistas a repetir el triunfo económico. Había anzuelos de sobra por todos lados y, finalmente, se mordieron. Y sucedió lo mismo que ocurre con la mayoría de las secuelas nacidas de una gloria inesperada: el guion se torna menos trabajado, se pierde la sorpresa, se malogra la fascinación del proyecto anterior y se cae en una especie de caricatura del original.

Su director, Todd Phillips, posee una de las carreras profesionales más irregulares que conozco. Comenzó rodando comedias absurdas y sin interés. Dos de sus primeros títulos, “Viaje de pirados” y “Escuela de pringaos”, ya evidencian el tipo de largometraje ofrecido al espectador. Tras adaptar de forma torpe para la pantalla grande la serie televisiva “Starsky & Hutch”, se dio de bruces con la destacada repercusión de “Resacón en Las Vegas”. Hasta entonces, su cine ni me atraía ni me entretenía. Pero en 2016 estrenó “Juego de armas”, una cinta que sí provocó mis carcajadas y me mantuvo atento durante toda la proyección. Más tarde llegaría “Joker” (2019), constatando un notable salto de calidad en el cineasta. Sin embargo, con “Joker: Folie à Deux” vuelve a dar un paso atrás, arrastrado por esa absurda pretensión de alargar un historia que se había terminado perfectamente con su antecesora. Sea como fuere, la trama continúa.

Tras crear el caos, Arthur Fleck ha sido internado en un centro, a la espera de juicio por sus crímenes como “Joker”. Allí lidia con sus problemas mentales, pero encuentra un amor imprevisto y, además, descubre una pasión por la música.

Con independencia de que, en sus más de ciento treinta minutos, contenga secuencias llamativas y algún destello reflejado en la cinta previa, se nota la artificialidad del guion, impuesta por unos productores ávidos de más. Conserva el simbolismo de la mítica cara pintada, pero el trasfondo se presenta claramente más hueco. En determinados aspectos, se nota la careta y se aprecia el vacío que le envuelve.

Tampoco termina de funcionar en el plano de la música, y no me refiero a la calidad de las canciones, sino a su engarce con el marco cinematográfico. Se fuerza más, si cabe, el histrionismo del personaje, así como el impacto de los números musicales, pero pierde demasiada fuerza en cuanto a la esencia que encumbró a su predecesora. Desconozco si se reproducirá la antigua recaudación pero, a mi juicio, se llevará a cabo a costa de emborronar, más que de recalcar, los méritos del “Joker” de 2019.

Joaquin Phoenix, intérprete de papeles tan magníficos como los de “The Master”, “En la cuerda floja” o “Gladiator”, encabeza de nuevo el reparto.   Bordea intencionadamente la frontera entre la recreación ajustada de la locura del personaje y la desproporción generada por querer dar más de sí. Le acompaña Stefani Joanne Angelina Germanotta, conocida popularmente por el nombre artístico de Lady Gaga, quien ha sido capaz de crear su propio perfil al margen de los que interpreta en la gran pantalla. No niego su habilidad, pero me resulta demasiado cargante y fingida.

Junto a ambos figuran algunos curtidos secundarios, como Brendan Gleeson (“Escondidos en Brujas”, “Green Zone: distrito protegido”, “Sufragistas”), Catherine Keener (“Cómo ser John Malkovich”, “Truman Capote”, “Begin Again”) o Steve Coogan (“Philomena”; “¿Qué hacemos con Maisie?”).



viernes, 10 de febrero de 2023

ALMAS EN PENA DE INISHERIN (The Banshees of Inisherin)


Resulta muy peligroso acudir a una sala de cine cargado de grandes expectativas sobre la proyección, ya que las posibilidades de que al final no se vean colmadas y se salga con un regusto amargo son elevadas. El panorama, sin embargo, mejora cuando, por sorpresa y sin perspectivas, la película termina sorprendiendo y agradando. Me enfrenté a “Almas en pena de Inisherin” conociendo ya la elogiosa propaganda sobre sus premios y nominaciones. Sus nueve nominaciones a los Oscar, diez candidaturas a los BAFTA y tres Globos de Oro obtenidos contribuían a esperar un largometraje sobresaliente que, aun sin poder calificarlo negativamente, me dejó una sensación de desilusión, más que de satisfacción.

La trama del film, muy mediatizada por la idea de la soledad y el aburrimiento, se halla casi predestinada a provocar cierta apatía en el público. Los paisajes fríos y solitarios, la estética austera y el motor conductor de la historia, centrado en una especie de desgana, me produjo sobre todo sopor. No obstante, se trata de una producción con elementos positivos, en virtud de su mezcla atípica entre comedia y drama que, en algunos casos, refleja ingenio y perspicacia a la hora de poner sobre la mesa asuntos incómodos. La obra parece una fiera sedada, cuyo notable potencial queda anestesiado a consecuencia de una estética melancólica y ermitaña.

El realizador Martin McDonagh se sitúa detrás de la cámara. Tras debutar con “Escondidos en Brujas” en 2008, hace apenas cinco años llamó la atención con la inclasificable “Tres anuncios en las afueras”, sin duda su mejor trabajo. Este cineasta británico posee un Oscar por el corto “Six Shooter” (2006), si bien todavía no lo ha logrado en la categoría de largometraje. Con “Almas en pena de Inisherin” dispone de una triple opción (productor, director y guionista) para alzarse con alguna estatuilla dorada el próximo 12 de marzo.

En una isla remota frente a la costa oeste de Irlanda, dos amigos de toda la vida se enfrentan cuando uno de ellos, sin razón alguna, pone fin a su relación de amistad. El desplazado busca ayuda para recuperarle o, si quiera, entender su comportamiento. Se atisba trascendencia e importancia en los temas tratados. Hasta se podría hablar de épica, de no ser porque el clima y la ambientación de todo el metraje conduce al letargo. Se precisa de una estrecha conexión con los personajes para implicarse a fondo como espectador que, en mi caso particular, no se produjo y que terminó por decantarme hacia la indiferencia, mala aliada a la hora de visionar cualquier título. Se trata de una propuesta correcta, pero su aluvión de reconocimientos y galardones se me antoja incomprensible aunque, al compararlo con los recibidos por “Todo a la vez en todas partes”, justificaría cambiar ese calificativo por el de desproporcionado.

Los actores Colin Farrell y Brendan Gleeson, que también coincidieron a las órdenes de McDonagh en la citada “Escondidos en Brujas”, asumen los papeles protagonistas. En el variopinto currículum del primero figuran títulos como “Minority Report”, “Ondine, la leyenda del mar”, “El Nuevo Mundo” o “Langosta”. Intérprete versátil y, al mismo tiempo, irregular, continúa desarrollando una carrera profesional interesante. Con este papel opta por fin al premio de la Academia de Hollywood. Gleeson, habitual secundario en numerosos filmes, ha intervenido en, entre otros, “Un horizonte muy lejano”, “Braveheart”, “A.I. Inteligencia Artificial”, “Sufragistas” y varias entregas de la saga de Harry Potter. Da vida a su personaje a la perfección. Junto a ellos intervienen Kerry Condon (“Tres anuncios a las afueras”), Barry Keoghan (“El sacrificio de un ciervo sagrado”, “Dunkerque”) y David Pearse (“El extranjero”).



viernes, 21 de enero de 2022

LA TRAGEDIA DE MACBETH (The Tragedy of Macbeth)



Parece que el célebre y exitoso dúo fraternal de los Coen se separa temporalmente y Joel, sin la intervención de su hermano Ethan, ha elegido para su nueva andadura en solitario la adaptación de una obra de Shakespeare. Sin negar que el archifamoso escritor inglés trata temas universales, que sus personajes son emblemáticos y que su calidad trasciende las décadas y los siglos, considero que las recreaciones fieles y clásicas de sus libros hallan mejor cabida sobre los escenarios que en la gran pantalla. Hasta las más afamadas y aplaudidas películas siempre han debido realizar un esfuerzo para ajustar a los cánones cinematográficos las ideas del dramaturgo o, en su caso, han quedado ancladas en ciertos corsés teatrales que limitan las capacidades del Séptimo Arte.

En este caso, Joel Coen se aleja de cualquier vocación cinéfila y se encorseta en una artificial, parca y deslucida estética, al tiempo que se enreda también en unos rebuscados y agotadores diálogos. Seguramente el resultado final suponga un deleite para los puristas shakespearianos pero, para los amantes del cine, o al menos para mí, desluce y desconcierta. A los pocos minutos me desconecté de la historia y, a partir de ese momento, la monotonía visual y el discurso pedante me condujeron al tedio. Me aburrí y, pese que el metraje no es excesivo, no dejé de mirar con afán el reloj, uno de los gestos más evidentes cuando un largometraje no gusta.

Y conste que le reconozco al film algunos méritos. Los actores llevan a cabo una eficaz labor, acorde con los requerimientos  del director, y tampoco puedo negar la pulcritud con la que el cineasta se acerca al universo del autor. Sin embargo, el visionado me generó la misma sensación de tener que cruzar un desierto, un terreno arenoso e inhóspito similar al del extraño ser que, en una de las escenas iniciales, se retuerce trazando con su cuerpo formas imposibles mientras lanza una alocución recargada y postiza.

La cinta gira en torno a la figura de Macbeth, un noble que, convencido por tres brujas, cree estar destinado a ser rey de Escocia. Ayudado por su ambiciosa esposa, intentará apoderarse de la corona sin importarle el modo.

A la espera del veredicto de la Academia de Hollywood y de los BAFTA británicos, la cinta parece haber agradado modestamente a una parte de la crítica. En los Globos de Oro y en los premios del Sindicato de Actores, tan sólo Denzel Washington ha recibido una nominación como mejor actor protagonista. Sí alcanzó más gloria en los National Board of Review (con galardones para el guion adaptado y la fotografía), además de que, junto con el American Film Institute, incluyó “La tragedia de Macbeth” entre los diez títulos más relevantes del año. En todo caso, lo cierto es que esa exquisitez que han captado otros analistas a mí no me ha alcanzado. Tal vez sea yo quien no esté a la altura de este reto pero, para ser honesto, debo calificarlo como un proyecto fallido.

Sobre su ya citado protagonista, compone un actuación notable y no cabe duda de que se trata de un intérprete solvente y eficaz que sabe encandilar a la cámara. Ganador de dos Oscars, ha sabido compaginar con destreza determinados proyectos más artísticos y dramáticos con otros pertenecientes al género de acción. “Grita libertad”, “Tiempos de gloria”, “Huracán Carter” o “Fences” se combinan con “El informe Pelícano” o “American Gangster”. Su profesionalidad queda, pues, al margen de cualquier cuestionamiento, circunstancia que comparte con su esposa en la ficción, Frances McDormand. En este caso, son cuatro las estatuillas doradas que tan singular actriz norteamericana, y “Arde Mississippi”, “Agenda oculta”, “Tres anuncios en las afueras” y buena parte de la filmografía de los hermanos Coen la catapultan como un referente de la cultura estadounidense.

A cargo de papeles secundarios intervienen Brendan Gleeson (“Al filo del mañana”, “Green Zone: Distrito protegido”, “Cold Mountain”), Alex Hassell (“Suburbicón”, “Rescate en el Mar Rojo”), Corey Hawkins (“Infiltrado en el KKKlan”, “Straight Outta Compton”) o Harry Melling (“Gambito de dama”, varias entregas de la saga de Harry Potter).