viernes, 18 de febrero de 2022

LICORICE PIZZA



Resulta difícil calificar la película “Licorice Pizza”, como también es complicado catalogar a su director, Paul Thomas Anderson. Este cineasta norteamericano, que acapara hasta la fecha nada menos que once nominaciones a los Oscar (aunque todavía no han ganado ninguno), posee numerosas cualidades. A cargo de un sello propio y original, genera obras desde una perspectiva inusual y atrayente. Sin embargo, a mi modo de ver le pierden las excentricidades y se deja llevar en exceso por derivas estrambóticas. Tal vez por ello los largometrajes que más me gustan se alejan en gran medida de ese estilo particular que le caracteriza (“El hilo invisible”, “The Master”), mientras que sus trabajos más reconocibles y personales (“Boogie Nights”, “Magnolia”, “Puro vicio” o, ahora, “Licorice Pizza”) me originan una contradictoria sensación que oscila entre la satisfacción y la desilusión.

Como sucede con una parte sustancial de su filmografía, “Licorice Pizza” atesora momentos memorables, a ratos con un sentimentalismo muy marcado y siempre con una recreación estética evocadora, logrando captar la atención del público y engatusarle por medio de buenas artes. Sin embargo, reitera algunos, a mi juicio, vicios que terminan por deslucir sus proyectos cuando se analizan en conjunto: un desmesurado metraje -que alarga con tramos de guion sin sustancia ni interés- y una tendencia a introducir secuencias alocadas y extravagantes sin venir a cuento, derivando en una impresión final ambigua. Procede reconocer la personalidad y singularidad del realizador, y la belleza y magnetismo de no pocas secuencias, pero ambas virtudes coexisten con prolongados momentos de la proyección carentes de atractivo y con la proliferación de elementos cómicos asociados a personajes estrafalarios llevados al límite.

En cualquier caso, constituye una declaración de amor a California en un momento histórico concreto, y a una etapa adolescente y juvenil tan excitante como incierta. Las canciones de fondo, los tonos pastel, la estética setentera, la recreación del amor platónico y cierto punto de rareza mueven al aplauso. Ahora bien, como film que recrea mejor esa época, homenajea y exalta la inocente, insegura y pura edad temprana que marca para siempre al ser humano, me quedo con “Casi famosos”, de Cameron Crowe, otro ejemplo de un joven que actúa como adulto en esa convulsa revolución cultural marcada por la guerra del Vietnam y el legado de Nixon.

Cuenta la historia de un estudiante del instituto de San Fernando Valley a principios de la década de los setenta. Actor ocasional y emprendedor vocacional, sueña con conquistar y enamorar a una chica diez años mayor que, desilusionada con su vida, termina aceptando al quinceañero, entablándose entre ambos una “relación-no relación” que les hará sufrir.

La cinta cuenta con tres candidaturas a las estatuillas doradas de Hollywood (película, director y guion original) y cinco a los BAFTA (además de las anteriores categorías, optan al galardón su actriz protagonista y el montaje), aunque se fue de vacío de los Globos de Oro después de aspirar a cuatro premios. Tanto el “National Board of Review” como el “American Film Institute” la han seleccionado entre los diez títulos más destacados de 2021.

Sin duda merece destacarse la labor interpretativa de la pareja protagonista. Cooper Hoffman, hijo del magnífico intérprete Philip Seymour Hoffman, se inicia en el cine con este papel. Se trata de un debut aclamado y meritorio. Ignoro cómo se desarrollará su futuro artístico, pero en esta ocasión demuestra tener madera y sobrada capacidad profesional. Para Alana Haim también supone su primera incursión en el Séptimo Arte y lleva a cabo una actuación creíble y potente. Ambos soportan el peso de “Licorice Pizza” con aparente naturalidad.

Célebres y aclamadas estrellas como Sean Penn, Bradley Cooper o John C. Reilly asumen intervenciones secundarias en forma de cameos, y participa asimismo Sasha Spielberg, hija del magnífico director Steven Spielberg.




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