Hay contradicciones difíciles de explicar y excepciones a la regla que, según algunos, sirven para confirmarla y, según otros, para cuestionarla. Como es obvio, cada cual tiene sus gustos y, en mi caso, existe un tipo de películas que me atraen y una forma de contar las historias -desde el punto de vista visual, narrativo y artístico- con el que me identifico. Objetivamente, “The Brutalist” se aleja del estilo cinematográfico que me agrada. Resulta compleja, densa, a veces incomprensible, excesivamente larga, con pinceladas creativas desconcertantes y bordeando peligrosamente la apatía en algunos tramos. Sin embargo, al final de la proyección me quedó la sensación positiva de haber podido ver algo original, rompedor, auténtico y con destellos de genialidad absoluta. En cierto modo, sé que se trata de una conclusión un tanto incoherente y absurda.
En el ámbito de la Psicología se ha generalizado el uso de la expresión “zona de confort” para definir aquellas rutinas y situaciones en la que las personas nos sentimos cómodas, un conjunto de realidades y ambientes que nos transmiten bienestar. No obstante, parece que en ocasiones se torna deseable salir de ahí para vivir otras experiencias quizá sorprendentes o, simplemente, para escapar de una tendencia hacia el letargo. “The Brutalist” supone ese empujón que nos ofrece una alternativa para abrir los ojos a otra forma de hacer las cosas o, como mínimo, de abordar el cine. Esa fue al menos mi percepción tras su visionado.
El largometraje refleja la vida de un arquitecto judío nacido en Hungría que logró sobrevivir al Holocausto nazi. Emigró a los Estados Unidos persiguiendo el denominado "sueño americano", si bien ese tránsito tuvo mucho de pesadilla. En su país natal era un reputado profesional, mientras que en América se vio desamparado y convertido en un vagabundo. Con enorme dificultad, intentó sobrevivir realizando pequeños apaños en el sector de la construcción, durmiendo en un albergue e intentando sobrellevar sus adicciones. Pasado el tiempo, un empresario industrial se fijó en él y le abrió una puerta a la prosperidad, cruzando dicho umbral pese al precio que hubo de pagar por ello.
Como una pequeña joya incrustada en una piedra, para cuya extracción se precisa de una gran labor de pulido, la proyección encadena momentos de indiferencia con otros colosales que me llevaron a reconocer, no sólo esa originalidad, sino la autenticidad y la valentía de su director y guionista, Brady Corbet, quien comenzó en el mundo de la interpretación con títulos como “Melancolía”, de Lars von Trier o “Funny Games”, de Michael Haneke. Su anterior trabajo tras la cámara, “Vox Lux: el precio de la fama” (errática y extraña cinta con Natalie Portman y Jude Law como protagonistas) no presagiaba en absoluto semejante evolución.
En cualquier caso, este filme no va dirigido a todos los públicos, habida cuenta de sus más de tres horas y media de duración y, sobre todo, de la aspereza de ciertas secuencias. Sea como fuere, cabe indicar que sobresale del común de largometrajes que llegan a las pantallas, ya que la diversidad de temas y reflexiones que muestra daría para varios manuales.
Se sitúa al frente del reparto Adrien Brody, Oscar al mejor actor por “El pianista”, que demuestra nuevamente su inmensa y particular capacidad para expresar el sufrimiento. Lleva a cabo una excelente actuación. Le acompañan Felicity Jones (“La teoría del todo”, “Una cuestión de género”) y Guy Pearce (“L.A. Confidential”, “Memento”). Los tres optan a la estatuilla dorada de Hollywood por sus respectivos papeles (el primero, como principal y los dos últimos, como secundarios).
En total “The Brutalist” aspira a diez galardones de la Academia (incluidos los de película, director, guion original y banda sonora). Ya ha recibido tres Globos de Oro (película, dirección y actor protagonista) y se sitúa a la cabeza de los certámenes que otorgan durante estos meses los reconocimientos más prestigiosos de la industria del Séptimo Arte. Se trata, sin duda, de uno de los títulos del año.
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