En el año 2006, coincidiendo con el estreno del décimo largometraje de Luc Besson, el cineasta francés anunció a algunos medios de comunicación galos su intención de abandonar la actividad cinematográfica. Según sus propias palabras, estaba muy contento con las diez películas que había rodado y consideraba que su aportación al Séptimo Arte había llegado a su fin. En su currículum figuran títulos tan emblemáticos como “El gran azul”, “Nikita” y, sobre todo, “León: el profesional”. Cada uno de ellos obtuvo una gran repercusión y supusieron una notable aportación a la industria europea del cine. Sin embargo, apenas mantuvo su promesa un par de años, ya que en 2009 estrenó la secuela de “Arthur y los Minimoys”, de la que filmaría la tercera parte doce meses después. Además ha abordado en los últimos años proyectos tan diversos como “Malavita” o “Adèle y el misterio de la momia”. Por lo tanto, resulta difícil valorar el incumplimiento de aquel compromiso.
Es cierto que sus mejores trabajos se sitúan en las décadas de los ochenta y los noventa y que ninguna de sus obras posteriores los han superado. Pero, pese a ello, no ha podido desprenderse de su condición de artista visionario y con estilo propio, capaz de proponer al espectador vistosas recreaciones de inverosímiles escenas. En ese sentido, “Lucy” recuerda vagamente a “Nikita” y a “León: el profesional”, aunque sin alcanzar los niveles de calidad, magnetismo y genialidad de aquellos inicios profesionales. Y, por más que en la promoción del film el realizador ha insistido hasta la saciedad en que este personaje femenino no es una Nikita de nueva generación, los paralelismos son claros.
Cuenta la historia de una joven inocente que, tras verse envuelta en una trama mafiosa, es obligada a transportar droga. Cuando, de modo accidental, la sustancia es digerida por su cuerpo, pasa a adquirir una serie de poderes sobrenaturales. A partir de entonces se convierte en una asesina implacable que dispone de algunas habilidades más propias de una heroína de cómic. Es obvio que, ante semejante argumento, es preciso acudir a la sala de proyección con una mentalidad desenfadada, como la que poseen los aficionados a la ciencia ficción más gamberra. De lo contrario, la propuesta se tornará absurda e indigesta. Pero, asumida como un entretenimiento irreverente, cómico y desenfrenado, puede ser una opción para huir de los calores veraniegos durante un rato. En otras palabras, funciona en la medida en que el público sea receptivo al peculiar universo violento de un Besson que ha evolucionado hacia el surrealismo, dejando por el camino buena parte de la intensidad emocional de sus personajes de antaño.
Por lo que a mí respecta, sigo añorando aquellos primeros films que me divirtieron y emocionaron (entonces y ahora) y, aunque continúo percibiendo el talento de su responsable a día de hoy, no puedo evitar constatar en él cierta decadencia. Otra cosa es que, incluso decadente, sea mejor que muchos de los directores del género de acción de la actualidad.
Dentro del equipo artístico destaca su protagonista absoluta, una correcta y efectiva Scarlett Johansson, que se desenvuelve con soltura en un proyecto que, por sus características, no era sencillo. En todo caso, me preocupa que, tras sus apariciones en “Los vengadores”, “Capitán América” y sus correspondientes secuelas, limite su carrera a este concreto subgénero, habida cuenta la valía que ha demostrado en cintas como “Match Point”, “Lost in Translation” o “La joven de la perla”. La acompaña en el reparto Morgan Freeman, eterno secundario de lujo.
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