Parece ser que Pixar, actualmente la mejor productora cinematográfica dentro del género de animación, ha terminado por sucumbir a esta moda generalizada en el sector de rodar secuelas en las que las razones económicas priman sobre las artísticas, a pesar de que está demostrado que la inmensa mayoría de las continuaciones pierden calidad respecto del original. Y eso que la factoría creada por el genial John Lasseter se ha mantenido hasta la fecha al margen de esta práctica habitual, dado que cada uno de sus títulos era genuino y en nada se parecía a sus predecesores. De hecho, cuando se atrevieron a estrenar las nuevas aventuras de Toy Story, demostraron que se podía recurrir a idénticos personajes para protagonizar nuevos guiones que mejoraban en cuanto a su calidad y que sólo merecían alabanzas. Por eso, Pixar cuenta en su haber con una importante colección de estatuillas de Hollywood en la categoría de mejor largometraje de animación y se ha ganado sin discusión el respeto de la crítica y del público por encumbrar el universo de los dibujos animados a cotas hasta entonces insospechadas.
Pero incluso las mejores empresas no se libran de sufrir un bajón y Cars 2 es un claro ejemplo de esta circunstancia, convirtiéndose por el momento en el peor producto de la factoría. Ello no significa que estemos ante una mala película sino que, comparada con sus antecesoras, no desprende la magia que se le presuponía. En todo caso, debe ser muy duro competir con cintas como Up, Monstruos S.A. o la saga completa de Toy Story, cuyos listones se sitúan a una altura tan elevada. Aquí se aprecia en exceso el intento algo forzado de llevar otra vez a la gran pantalla las figuras de Rayo McQueen y sus amigos con el único fin de repetir un éxito más o menos seguro, en vez de realizar una apuesta arriesgada y novedosa por sorprender, entretener y emocionar a los espectadores. Porque solo si se posee un espíritu creativo y libre es posible embarcarse en una superproducción de ciento setenta y cinco millones de presupuesto protagonizada por un anciano casi impedido que decide trasladar su casa con la ayuda exclusiva de unos enormes globos de colores. O porque solo si se es valiente y arriesgado se vuelve a invertir otro dineral para narrar las aventuras y desventuras de un robot pequeño y oxidado que no habla bien. Sin embargo, cuando uno peca de cómodo, se expone a tirar por la borda un éxito como el de Cars estirando una historia que probablemente no daba para más.
No obstante, esta segunda parte –de la que es de justicia resaltar su gran acabado técnico- no deja de ser una opción válida para llevar a los más pequeños a las salas de proyección, aunque el espíritu que ha sido la marca de la casa se ha diluido en esta ocasión. Continúan los mismos personajes y lo que, en principio, se presenta como una nueva competición deportiva a su servicio deriva posteriormente en una parodia de los filmes de espías. Resulta sorprendente este cambio de estilo ya que a sus responsables les iba francamente bien cuando nadaban a contracorriente, reventando las taquillas y con los críticos más prestigiosos a sus pies. Por lo que a mí respecta, espero que este giro no se consolide.
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