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viernes, 1 de diciembre de 2023

NAPOLEÓN



Ridley Scott es el responsable de numerosas películas que he visionado una y otra vez, desde “Alien, el octavo pasajero” a “Blade Runner” y “Thelma & Louise”, pasando por “Gladiator”, “Black Hawk derribado” o “Red de mentiras”. Se trata de un británico todo terreno con sobrada capacidad para rodar buen cine. Cuestión distinta es que no siempre dé en el clavo. En ocasiones, desconcierta por completo con títulos como “La teniente O'Neil”, o provoca los peores presagios anunciando una segunda entrega de “Gladiator”. Aun así, su valía queda fuera de toda duda. Por ello, ya se ha ganado en virtud de sus sobrados méritos alcanzar el olimpo de los cineastas. Dicho lo cual, “Napoleón” pertenecerá a ese grupo de cintas que yo revise periódicamente.

Gran parte del trabajo de Scott se halla marcado por la épica, de modo que no me sorprendió su interés hacia el perfil del célebre emperador francés. Y, si bien la grandilocuencia marca la proyección de este film, refleja una pomposidad sin alma. No pocos castillos, vestuarios recargados, enormes batallas y gigantescos egos se alían en una trama cuyo hilo argumental, sin embargo, resulta inconexo, falto de garra e, incluso, aburrido. Más allá de los saltos temporales entre escenas, existen diversas secuencias que no encajan dentro de la narración.

Por momentos peca de una falta de originalidad impropia en un proyecto de esta magnitud. No alcanzo a entender cómo en determinados planos se introducen temas musicales compuestos por Dario Marianelli para “Orgullo y prejuicio” (2005), de Joe Wright, cuando es Martin Phipps quien firma el resto de la banda sonora. Para colmo, el tono romántico de la exquisita melodía de Marianelli no casa en absoluto con las imágenes a las que aquí acompaña, dando lugar al rechinar de elementos sobre los que se desarrolla el relato. Más allá de las críticas vertidas por los historiadores, que acusan al largometraje de falta de rigor en ciertos tramos del guion, queda patente la pretensión de que la magnitud del personaje sirva para captar la atención del espectador. Y durante un tiempo lo consigue pero, ante un metraje de dos horas y media, tendría que haber existido más mimo en la recreación y en la construcción de las demás personas que aparecen en pantalla, pues la concatenación de batallas y el subrayado de la vanidad de los protagonistas no bastan. En “Gladiator”, los diferentes papeles, trabajados con mayor profundidad, disponían de diálogos memorables dentro de un argumento mucho más sugestivo. En “Napoleón”, por el contrario, se abusa de las posiciones rígidas y de las miradas distantes.

Joaquin Phoenix, ganador de un Oscar por su actuación en “Joker” y nominado gracias a su participación en “Gladiator”, “En la cuerda floja” y “The Master”, da vida al controvertido emperador galo. Ejecuta una correcta labor, generando de nuevo la duda sobre el verdadero grado de dificultad que le supone cada interpretación, teniendo en cuenta la perturbación y el desequilibrio que muestra públicamente en la vida real. Continúa apuntalando su leyenda con otro personaje excéntrico, aunque a mi juicio recurre en exceso a recursos y tics muy manidos. Vanessa Kirby (candidata a la estatuilla por “Fragmentos de una mujer”), encarna a Josephine Bonaparte y cumple también con solvencia.

Para concluir, una última mención al Cine Víctor, donde fui a ver la película. Abrieron la taquilla a la misma hora marcada para el comienzo del pase, con lo que se retrasó el inicio de la proyección e impusieron un precio superior al de la entrada normal “debido a la excesiva duración de la cinta”, como si cuando fuese más corta lo rebajasen. Desde luego, son los propios exhibidores que se quejan del auge de las plataformas a las que los espectadores recurren desde sus domicilios los que a veces no demuestran la profesionalidad necesaria para honrar al Séptimo Arte.



viernes, 21 de julio de 2023

MISIÓN IMPOSIBLE: SENTENCIA MORTAL PARTE 1 (Mission: Impossible - Dead Reckoning Part One)



Iniciaré este análisis cinematográfico enumerando los méritos de “Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1”, pues habrá que esperar a 2024 para visionar su segunda parte: preciosas localizaciones; fotografía y dirección artística muy cuidadas; sobresalientes aspectos técnicos; entretenidas secuencias de acción; píldoras cómicas con gracia; y entregado elenco de actores, en especial un Tom Cruise que continúa engrandeciendo su leyenda en la Meca del Cine. Sin embargo, la franquicia se ha ido alejando progresivamente de la propuesta inaugurada por Brian de Palma en 1996, relegando a personajes y guion a un segundo lugar y apostándolo todo al objetivo de apabullar visualmente a los espectadores a través de escenas cada vez más coreografiadas y espectaculares, pero que abandonan el género de acción y aventuras para adentrarse en el de ciencia ficción. La saga de “Misión Imposible” se ha convertido en una representación circense del “más difícil todavía”, que sirve para asombrar en determinados momentos del metraje pero que, ante el contexto de una historia de tres horas de duración, resulta insuficiente.

A menudo he citado en mis críticas semanales una frase de la cinta “The International - Dinero en la sombra”: “La diferencia entre ficción y realidad es que la ficción debe tener sentido”. Y, por lo que compete al Séptimo Arte, ese sentido depende del género en el que se enmarca cada película. Que en “E.T. El Extraterrestre” los niños surquen el cielo pedaleando sobre sus bicicletas tiene sentido. Por el contrario, si Paul Newman y Katharine Ross hicieran lo mismo en “Dos hombres y un destino”, no lo tendría. Dicho de otro modo, el género marca los límites de la lógica narrativa y en “Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1” estos se sobrepasan ampliamente a causa de un argumento tramposo y escasamente trabajado y, más aún, de una manifiesta inverosimilitud en un considerable número de planos.

La concreta escena de una interminable y desproporcionada persecución automovilística por las calles de Roma, en la que los protagonistas viajan en un minúsculo Fiat y sus perseguidores en un convoy de potentes vehículos, siembra la duda sobre si el director del film se ha decantado por la acción o por la comedia. Personalmente, me recordó a “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” cuando Bob Hoskins conducía el dibujo animado de un coche. Y, si la propuesta de Robert Zemeckis en 1988 me divirtió, esta de Christopher McQuarrie me ha hastiado. Porque la séptima entrega de las peripecias de Ethan Hunt, en ese afán por superarse y rodar el plano más grandioso, la caída más aparatosa, el salto más gigantesco y la pelea más impactante, olvida la esencia de los valores cinematográficos.

Eso sí, genera pura adrenalina, no da tregua al descanso y muestra hasta el último dólar invertido en una impecable realización técnica, pero el alma, tanto de la antigua serie televisiva como de su primera entrega, tristemente ha desaparecido. A título particular, me quedo con el trabajo de De Palma estrenado hace veintisiete años.

Cruise encabeza de nuevo el reparto y asume la doble misión de devolver a las salas de cine a los espectadores tras la pandemia y de propiciar la llegada de las obras a las plataformas de exhibición. Literalmente, se juega la vida en el intento. Se trata de un notable actor cuya contribución al sostenimiento de la industria resulta incuestionable. Lástima que haya dejado por el camino el espíritu de apuestas como “Rain Man”, “Nacido el 4 de julio”, “Algunos hombres buenos” o “Magnolia” ya que, a mi juicio, sus cualidades interpretativas trascienden a los largometrajes de acción y aventuras.

Junto a su equipo habitual (Ving Rhames y Simon Pegg), figuran en esta ocasión Hayley Atwell (“La duquesa”), Vanessa Kirby (“Fragmentos de una mujer”) y Pom Klementieff (“Vengadores: Infinity War”).