Suele decirse que en épocas de crisis económica florecen en mayor medida las manifestaciones artísticas. Sin embargo, y pese a la precaria coyuntura actual por la que atraviesa el mundo -fruto por otra parte de un sinfín de desmanes monetarios y políticos-, el cine no destaca por estar viviendo precisamente su mejor momento. Es más, parece que se ve arrastrado por una ola de mediocridad y falta de brillantez solo comparable a la de buena parte de esos mandatarios que han asumido las riendas del poder en estos últimos años. En 2011 hemos padecido en las salas de proyección una auténtica saturación de segundas, terceras, cuartas y quintas partes, de secuelas y precuelas, de “remakes” y nuevas versiones de títulos que se estrenaron en épocas pasadas. Desgraciadamente, todo parece indicar que el futuro que nos espera a los aficionados al séptimo arte no es demasiado alentador.
Ya circula por las pantallas el tráiler de un nuevo Footloose, cinta protagonizada por el actor Kevin Bacon en 1984. También es oficial el rodaje de otro Dirty Dancing, que repetirá la historia que encumbró a la fama en 1987 al prematuramente fallecido Patrick Swayze. Hace escasas fechas saltó a los medios de comunicación la noticia de que Leonardo Di Caprio dará a vida a El Gran Gatsby. Incluso para finales de este año está previsto el estreno de la versión norteamericana de la novela del escritor sueco Stieg Larsson Los hombres que no amaban a las mujeres. No hay duda de que las ideas brillantes, novedosas y arriesgadas que antaño se traducían en largometrajes dignos de ser recordados se hallan hoy en peligro de extinción. A estas alturas, no me sorprendería en absoluto asistir al anuncio de Memorias de África 2 o constatar que algún iluminado pretendiera emular a Alfred Hitchcock en la magistral Con la muerte en los talones.
Tal vez la explicación a esta falta de originalidad radique en que la crisis económica no ha afectado a la industria cinematográfica. Por el contrario, nunca las taquillas habían ingresado cantidades tan astronómicas como las del último trienio y, en consecuencia, no se ha producido esta etapa de esplendor creativo y artístico que suele estar ligada a los períodos de vacas flacas. El enésimo ejemplo lo constituye la quinta entrega de la saga de Destino Final, cuyos cuatro títulos anteriores obtuvieron una recaudación global cercana a los cien millones de dólares, si bien en esta ocasión los ingresos están muy por debajo de esa rentabilidad media esperada. Una vez más, la fórmula se repite de un modo tan recurrente que el film termina rozando el ridículo y bordea peligrosamente una comicidad no pretendida por su realizador. En todo caso, se sitúa a años luz de los mínimos niveles de terror y tensión exigibles a cualquier cinta de estas características.
Steven Quale debuta detrás de la cámara, aunque ejerció como ayudante de dirección de James Cameron en Titanic y Avatar. Destino final 5 no aporta nada ni a su saga ni al género de terror al que supuestamente pertenece. Dudo que ni siquiera entusiasme a los adolescentes a quienes tan descaradamente va dirigida. Solo nos queda aguardar a que la citada crisis económica finalmente afecte a los creadores para que sus proyectos recuperen la originalidad y la brillantez de antaño.
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