Desde el momento de su creación en el año 1994, la productora Dreamworks se trazó como objetivo crear una división dedicada al cine de animación que compitiera con la hegemonía de la marca Disney en dicho sector. Este estudio, fundado por el antiguo socio de la factoría del ratón Mickey Jeffrey Katzenberg junto al magnate de la industria discográfica David Geffen y al polifacético y gran cineasta Steven Spielberg, estaba decidido a hacerse con la cuota correspondiente de un mercado prácticamente monopolizado hasta entonces. Sin embargo, sus comienzos no fueron los esperados. Las fuertes inversiones de cintas como Antz, El príncipe de Egipto, Chicken Run o Spirit: El corcel indomable no terminaban de rentabilizarse y la entrada en escena de Pixar y sus obras maestras, con Toy Story a la cabeza, no sólo no acortaba distancias con Walt Disney sino que, irremediablemente, éstas aumentaban.
Comenzado el presente siglo XXI, tres sagas corrigieron la tendencia descendente y Dreamwoks copó los primeros puestos de recaudación y recibió los premios más prestigiosos de la industria. Shrek, Madagascar y Kung Fu Panda enderezaron finalmente un camino cuyo inicio fue muy incierto. De sus cinco películas más taquilleras, tres son de dibujos animados, en concreto las partes una y dos de las aventuras del célebre ogro verde y la primera de Madagascar. Por lo que se refiere a Kung Fu Panda, obtuvo en el año 2008 más de seiscientos millones de dólares en el mercado internacional y, pese a tratarse de una coproducción con Paramount Pictures, supuso un importante espaldarazo del público a la apuesta de este joven estudio por la animación.
Ahora, con la norteamericana de origen surcoreano Jennifer Yuh como directora debutante, llega a la pantalla grande la segunda parte de esta divertida historia. Es evidente que la brecha abierta con los proyectos de Pixar sigue siendo considerable tanto en los aspectos técnicos como en los relativos a personajes y guión. Sin embargo, la secuela que nos ocupa no desmerece si se la compara con su antecesora. No se aprecia, como suele ser habitual en estos casos, una merma en cuanto a la calidad del producto final, puesto que también es entretenido y ágil, además de ofrecer un tipo de comicidad apta para los más pequeños pero que, a su vez, no desagrada a los adultos. Por ello, se confirma la teoría de que, salvo honrosas excepciones, la comedia norteamericana subsiste gracias a los filmes de animación, habida cuenta del notabilísimo retroceso del género en su apartado de imagen real.
En apenas tres semanas después de su estreno, este título ha obtenido más de trescientos cincuenta millones de dólares a nivel mundial. Teniendo en cuenta lo elevado de su presupuesto –alrededor de ciento cincuenta millones- su evolución en la taquilla apunta a un nuevo éxito comercial. Confiemos en que esta rentabilidad no se traduzca en posteriores intentos de insistir en una fórmula probablemente ya agotada que implique una considerable reducción del nivel ofrecido hasta la fecha.
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