Los hermanos Ethan y Joel Coen han querido ampliar la lista de géneros cinematográficos a los que se han dedicado a lo largo de sus carreras profesionales e incluir entre ellos al western. Este tipo de cine, netamente norteamericano, cuenta con unas reglas narrativas propias e inconfundibles. Sin embargo, como era previsible, estos hermanos cineastas han intentado compaginar las características más comunes de las clásicas películas del lejano oeste con el humor y la acidez que constituyen la marca de la casa de todos sus proyectos. Pero lo normal es que la comicidad esté reñida con el western tradicional así que, salvo que estemos ante una parodia del género, no presenciaremos ningún derroche de escenas graciosas o diálogos hilarantes. La magnífica Sin perdón de Clint Eastwood o las cintas de John Ford son buenas pruebas de ello. Aun así, esta brillante pareja oriunda de Minnesota nunca se ha caracterizado por seguir las líneas marcadas por sus antecesores. Antes al contrario, sus largometrajes, desde los más sobresalientes a los más mediocres -porque de todo hay en su filmografía-, tienden a ser clasificados, no tanto por los géneros o subgéneros a los que pertenecen, sino por la procedencia de sus mentes poco convencionales.
En el caso de Valor de ley, los Coen ofrecen sendas caracterizaciones muy cómicas de los personajes masculinos principales (sobre todo el interpretado por el oscarizado Jeff Bridges que, en momentos determinados, roza la caricatura). Además, lo mejor del film se encuentra en los diálogos ágiles, punzantes y sarcásticos que salen de la boca de una niña de catorce años que, no sólo aguanta el tirón de compartir fotogramas con dos grandes intérpretes, sino que, a veces, les resta protagonismo colocándose a su altura gracias a su meritorio desparpajo. Por el contrario, en otras etapas del metraje se intenta recuperar el tono de la tradicional película de vaqueros, con sus habituales e intensos duelos de hombres rudos y desalmados dedicados a disparar a diestro y siniestro. La unión de ambos estilos narrativos se logra con cierta solvencia, aunque esas conexiones entre formatos tan diversos chirria en algunos aspectos. Sin duda es una apuesta interesante, aunque yo no la incluiría entre los mejores trabajos del pasado año y, por lo tanto, considero que sus diez nominaciones a los Oscar son una recompensa exagerada.La desconocida joven Hailee Steinfeld destaca claramente dentro del equipo artístico, sobresaliendo, además de por su innegable talento, por haber sido agraciada con los diálogos y las escenas más memorables. Ella ha sabido aprovechar semejante regalo para dar vida a un personaje que, a buen seguro, le va a abrir las puertas de una carrera con futuro. En cuanto a Jeff Bridges, parece que logra encandilar sin dificultad a los miembros de la Academia de Hollywood con sus interpretaciones de borrachos, desaliñados y perdedores. Si ya en 2010 se llevó la preciada estatuilla gracias a su papel en Corazón rebelde, este año repite nominación con otro muy parecido. Completan el reparto el siempre versátil Matt Damon y, de modo secundario, Josh Brolin, quien ya trabajara para los Coen en No es país para viejos.
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