El realizador estadounidense Darren Aronofsky tiene por costumbre ofrecer al espectador películas intensas y extrañas, cuyos personajes constituyen un regalo para aquellos actores que tienen la oportunidad de interpretarlos. Sus historias impresionan o, en todo caso, no se parecen a ninguna otra vista con anterioridad, lo cual solo se puede tomar como un elogio, ya que no hay nada que decepcione más a un amante del cine que comprobar que lo plasmado en la pantalla grande es repetición, plagio o copia de otra trama. Su primera película, titulada “Pi” en alusión al símbolo matemático, es una buena muestra de su universo peculiar, agobiante y habitado por seres que se hallan entre lo atormentado y lo extravagante. Ese debut le sirvió para ganar su primer premio en el prestigioso festival de Sundance y le abrió las puertas de futuros proyectos. Después rodó Réquiem por un sueño, y volvió a pasearse por los certámenes más consolidados recogiendo galardones, entre ellos la Espiga de Oro de Valladolid. Hace un par de años, gracias a El luchador, no sólo rescató profesionalmente a un perdido y desnortado Mickey Rourke, sino que logró que el film estuviera presente en los Oscar, en los Globos de Oro y en las parrillas de todas las asociaciones de críticos estadounidenses, todo ello sin perder sus señas de identidad y defendiendo un cine independiente, de bajo presupuesto pero mucha imaginación.
Siguiendo con su trayectoria ascendente, el neoyorkino presenta ahora Cisne negro, el que es considerado su mejor trabajo hasta la fecha. Calificada como una de las mejores películas del año por la práctica totalidad de quienes se encargan de premiar los títulos más memorables de la industria cinematográfica, se trata de una obra que rebosa intensidad y brillantez. Pocos directores podrían haber filmado un viaje interior con tales dosis de intriga, pasión y locura. La obsesión de la protagonista por alcanzar la perfección a través del ballet y, en ese trayecto, el ansia por encontrar su lado más oscuro y siniestro convierten a Cisne negro en un ejercicio cinematográfico que combina el drama, el thriller y el género fantástico a partes iguales. Aunque Aronofsky nos coloca una vez más ante un largometraje de difícil clasificación, es indudable que su visionado no dejará indiferente al público. Puede que no sea recomendable para los amantes de las historias más convencionales y con menos concesiones al terror fantasioso pero, para los que estén ávidos de experiencias visuales atractivas y de intrigas novedosas es, sin ningún género duda, una de las apuestas de este año. También ha resultado todo un éxito desde el punto de vista comercial puesto que, pese a sus escasos trece millones de dólares de presupuesto, ya lleva recaudados más de ciento setenta en todo el mundo.Mención aparte merece la que, casi con toda seguridad, será la próxima ganadora del Oscar a la mejor actriz, Natalie Portman. Su capacidad para seducir y conquistar a la cámara había quedado sobradamente probada en cintas tan interesantes y dispares como Leon el profesional, Beautiful Girls o V de Vendetta y con Closer su calidad interpretativa había alcanzado la cima. Sin embargo, en Cisne negro firma un trabajo memorable con el que demuestra que sus límites son desconocidos. Su personaje de dulce bailarina expuesta a un atroz desequilibrio mental es de los que serán recordados con el transcurso de las décadas. Esta joven israelí es la mejor actriz de su generación y una de las grandes de la historia del séptimo arte.
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