Tras visionar la pasada semana “Blitz”, de Steve McQueen, siete días después acabo de ver “El Ministro de Propaganda”, de Joachim Lang, y me asalta la idea de que la II Guerra Mundial será, probablemente, el acontecimiento histórico llevado al cine en mayor número de ocasiones. Afirmaba Jean-Luc Godard que la alegría no produce buenas historias y, si se da por válida la reflexión del cineasta franco-suizo, no cabe duda de que aquella época de barbarie ha sido llamada a proporcionar un sinfín de excelentes tramas. Incluso se podría hablar de un subgénero dentro del bélico, dedicado en exclusiva a la figura de Adolf Hitler y a la eclosión del nazismo. Desde las más románticas (sirva como ejemplo la relación sentimental de “Casablanca”, de Michael Curtiz) a las más realistas (valga como muestra el desembarco de “Salvar al soldado Ryan”, de Steven Spielberg), cientos y cientos de títulos se cimientan sobre la citada confrontación internacional y sus efectos.
“El Ministro de Propaganda”, si bien pretende centrarse en la figura de Joseph Goebbels, no puede abstraerse ni de los acontecimientos históricos ni de la icónica figura del dictador y su macabra obra. Sin embargo, pone también el foco en una de las herramientas más comunes en cualquier conflicto, sea militarista o no: el uso de la (des)información. Bajo el pomposo título de “Ministerio Imperial para la Ilustración Pública y Propaganda” se puso en marcha una inmensa maquinaria para el adoctrinamiento (en el primer caso) y el amedrentamiento (en el segundo), dirigida a extender y asentar la ideología del dictador en todos los ámbitos sociales.
Por medio de una correcta ambientación y de la utilización de determinados recursos más propios de los documentales, la cinta refleja una parte del pasado que, sin duda, evidencia sus réplicas en algunos acontecimientos actuales. Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de la Alemania nazi, acompañó a Hitler durante varios años, los de pleno apogeo de su poder, y se convirtió en el encargado de manipular y amaestrar a la ciudadanía valiéndose de imágenes de multitudes ondeando banderas y de filmaciones preparando a la población para llevar a cabo los propósitos de sus dirigentes. Tras la derrota de Stalingrado y una coyuntura general cada vez más desesperada, a finales de 1944 Goebbels planea el acto de propaganda más radical.
La narración cinematográfica resulta precisa y notable, y la forma de captar la atención del espectador, pese a narrar hechos ya conocidos, es igualmente loable. Pese a contar con un metraje bastante extenso (dos horas y cuarto) mantiene el nivel de forma casi constante. La dirección artística y la fotografía también ayudan, mientras que la interpretación de los actores se demuestra correcta. Se trata de una lección de Historia que no desmerece como lección de cine, aun existiendo otros largometrajes más sobresalientes ambientados en la misma contienda.
Su director y guionista, Joachim Lang, firma un estimable trabajo y logra una proyección internacional de la que carecía hasta la fecha. Me pregunto si estos contenidos audiovisuales interesan a las jóvenes generaciones actuales y, francamente, prefiero no saber la respuesta. Hoy en día abundan las formas de caer en la desinformación y de volverse un títere más pero, por desgracia, no todas son responsabilidad de los demás.
Al ser una producción alemana, el público mayoritario no conocerá a sus principales intérpretes. Robert Stadlober, quien da vida a Joseph Goebbels, participó en la también bélica “Enemigo a las puertas”, de Jean-Jacques Annaud. Franziska Weisz, en el rol de su esposa Magda, ha intervenido en algún episodio de la serie televisiva “Homeland”. Fritz Karl encarna a Adolf Hitler y, a cargo de un papel secundario, figura Michael Glantschnig (“Spectre”).
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