Al cineasta inglés Danny Boyle le gusta experimentar en cada nuevo proyecto que emprende. No se encasilla en un género determinado ni narra las historias de la misma manera. Desde que saltó a la fama con su inclasificable film “Trainspotting”, ha abordado la comedia en “Una historia diferente”, el terror en “28 días después”, el drama místico en “Millones”, la ciencia ficción en “Sunshine” o las pseudo biografías basadas en hechos reales en “127 horas”. Curiosamente, su mayor éxito lo logró gracias a “Slumdog Millionaire”, en mi opinión una cinta sobrevalorada que, pese a su corrección formal y a sus conmovedoras escenas, resulta de muy desagradable visión. Ahora presenta “Trance”, un largometraje que, aunque se etiqueta como “thriller”, también contiene pinceladas de comedia, de cine erótico y hasta de “gore”, sin que esa amalgama termine realmente de cuajar.
“Trance” cuenta la historia del empleado de una casa de subastas que se asocia con una banda criminal para robar un cuadro muy valioso. A consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza, no recuerda dónde ha escondido la obra de arte pero el resto de sus compinches, que no dan crédito a su amnesia, tratan de que confiese el paradero del botín valiéndose de amenazas y torturas. Cuando finalmente comprueban que, en efecto, ha perdido la memoria, contratan a una hipnoterapeuta capaz de hurgar en su mente. A partir de ese momento, la mezcla entre realidad y sugestión enredará una trama en la que se abusa de demasiadas escenas que resultan ser sueños.
La película reúne las principales señas de identidad del cine de Boyle, como el montaje ágil y la original presentación visual. Sin embargo, ante lo rocambolesco del relato, se decanta por utilizar la vieja técnica de los giros sorprendentes de guión -algunos repetitivos y otros demasiado rebuscados-, que terminan por otorgarle un tono poco creíble. Además, la proyección tarda excesivamente en lograr la intensidad requerida en los thrillers y, tanto la presentación inicial como el propio atraco o las primeras sesiones de hipnosis, están muy lejos de alcanzar una cota de suspense que haga atractiva la historia. Ese vaivén del realizador por los diferentes estilos le impide una narración coherente y viable. Personalmente, y a pesar de mi empeño por seguir con atención la propuesta, terminé por rendirme en la escena en la que el protagonista le pega un tiro entre los ojos al jefe de la banda y éste, con media cabeza seccionada, continúa hablando. De más está decir que se trataba del enésimo sueño.
En definitiva, esa pretensión de rellenar las lagunas de la acción y de los personajes con una llamativa puesta en escena da como resultado un producto fallido.
Integran el elenco los actores James McAvoy –cuyos prometedores inicios profesionales se constataron en “El último rey de Escocia” y “Expiación” pero que no han reflejado continuidad desde entonces- y Vincent Cassel –que sigue especializándose en papeles sórdidos y personalidades malvadas-. El peso erótico del argumento recae sobre su compañera de reparto Rosario Dawson, encargada de dar vida a la hipnoterapeuta.
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