Michael
Pearce es un joven director y guionista británico que en 2017 despuntó en la
industria cinematográfica al ganar el premio BAFTA al mejor debutante por su
película “Beast”. En dicho largometraje ya evidenció su preferencia por el
“thriller” y los personajes sórdidos. Se trata de una propuesta interesante,
con ciertas dosis de originalidad y esa frescura de quien se inicia en el
Séptimo Arte con valentía. Sin embargo, tan prometedor comienzo no obtuvo
continuidad a posteriori, ya que apenas rodó otro proyecto de menor
calado. Ahora, ocho años después de
aquel estreno triunfal, presenta su nuevo trabajo: “Echo Valley”.
Sin
alcanzar el nivel de “Beast”, retorna al suspense y a la recreación de perfiles
atormentados e inquietantes, en una cinta de factura correcta y contenido
aceptable, que cumple con la misión de entretener y que condensa en poco tiempo
una intriga apta, aunque desprovista de singularidad. No resulta común en la
actualidad visionar un film de tan exiguo metraje (no llega a los noventa
minutos de duración), pero he de decir que se agradece, si quiera para
contrapesar la reciente tendencia a alargar exageradamente las narraciones
hasta las casi tres horas.
El
título en cuestión no pasará a la Historia, como no lo hará su trama
recurrente, propia de un telefilme de sobremesa. Aun así, funciona como
pasatiempo para los amantes de relatos tensos y angustiosos. Contiene algunas
partes poco creíbles pero, a tenor de la realidad de nuestro mundo, no me
atrevo a ser demasiado riguroso con la credibilidad que reflejan algunos
planteamientos artísticos. Su punto fuerte estriba en la habilidad para distraer
y amenizar al público. Su cuidada
fotografía constituye probablemente su mayor baza, si bien se excede al remover
los (bajos) instintos de protagonistas y espectadores.
Se
denomina “Echo Valley” a una zona rural aislada, tranquila y rodeada de colinas.
Allí una mujer lleva una vida solitaria, criando y entrenando caballos, e intentando
reconstruirse tras una dolorosa tragedia personal. Esa rutina salta por los
aires cuando su hija, con quien mantiene una relación complicada y distante,
llama inesperadamente a su puerta, aterrada, temblorosa y empapada en sangre. El impactante
reencuentro sacudirá la apacible existencia de la madre, enfrentándola a los
demonios de su pasado y empujándola a proteger a la joven, aunque ello implique
traspasar límites morales y legales.
Estrenada
en la plataforma Apple Tv+ y pese a un casting integrado por figuras de gran
renombre, le cuesta evitar la etiqueta de producción menor para unos
destinatarios que, una vez transcurrida la proyección, la condenarán al olvido.
Sin grandes fallos. Sin grandes aciertos.
Forman
el dúo interpretativo Julianne Moore y Sydney Sweeney. La primera, actriz
consagrada, ganó un Oscar por “Siempre Alice” y ha estado nominada en otras
cuatro ocasiones por “Lejos del cielo”, “Las horas”, “El fin del romance” y
Boogie Nights”. Su filmografía reúne décadas de excelentes títulos. La segunda
se abrió camino en series de televisión como “El cuento de la criada”, “Heridas
abiertas”, “Euphoria” o “The White Lotus”, hasta su salto a la gran pantalla
con “Érase una vez en… Hollywood” y “Cualquiera menos tú”. Sus papeles pecan un
tanto de planos y previsibles, pero encajan en el relato.
Entre
los secundarios figuran Kyle MacLachlan, inquietante y extraño actor muy vinculado
a propuestas extravagantes de directores como David Lynch (“Dune” de 1982,
“Twin Peaks”, “Terciopelo azul”) y Domhnall
Gleeson (“Una cuestión de tiempo”, “Anna Karenina” de Joe Wright, “Ex
Machina”).
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