El
cineasta Wes Anderson resulta muy reconocible por su obra, pues posee un estilo
muy singular y diferenciado de sus colegas. El uso (y, en ocasiones, el abuso)
de las tonalidades pastel y la marcada tendencia a la recreación del absurdo
como forma de narración son sólo dos de sus principales características.
Siempre me han merecido un gran respeto los directores de cine con un sello que
les define y que mantienen con firmeza, al margen de si agradan o no a la
industria o a un mayor número de espectadores. Anderson integra ese grupo, si
bien sus películas no conectan con mis gustos. Aun así, reconozco su integridad
como artista, por más que no me motiva lo que cuenta ni cómo lo cuenta.
Mencionaría
“Academia Rushmore” como su largometraje más valorado por mí, al que añadiría “Moonrise
Kingdom” y, ya dentro del género de animación, “Fantástico Sr. Fox”. En cualquier
caso, los nombro sin demasiado entusiasmo, aunque percibo en ellos una superior
corrección en la recreación de los personajes y en las tramas que sustentan el
hilo argumental de dichos trabajos. Por supuesto, se trata únicamente de una
cuestión de preferencias sobre mi modo de entender la narración cinematográfica.
La rebuscada manera en la que el realizador tejano recrea (y, a mi juicio, exagera)
la absurdez para alcanzar la comicidad no casa con mi sentido del humor, por lo
que asumo sus proyecciones desde una indiferencia que me impide disfrutarlas.
No niego
que, aisladamente, alguna de sus escenas me haga gracia y, durante un tiempo,
ese uso artificial de los colores me llame la atención. Pero, analizando el
conjunto, su parte ilógica e irracional termina por impregnarlo todo y me deja
un regusto a propuesta descabellada que no me satisface.
Frente a
un relato tan poco habitual (las aventuras de un rico empresario y su hija
monja), intentar acertar en el planteamiento de su sinopsis a través de algunos
párrafos carece también de sentido. Baste decir que el tono irónico, más bien
satírico, inunda la totalidad de las imágenes, los diálogos y las actuaciones,
llevándolos al borde del disparate. No descarto que en el fondo se hallen
profundas moralejas, críticas sesudas y problemas de actualidad, pero yo dejé
de buscar mensajes subliminales e intenciones ocultas a la media hora, cuando
el cúmulo de situaciones surrealistas y exageraciones teatrales ya me habían
saturado. Sea como fuere, no dudo de que Anderson disponga de numerosos admiradores
que se deleitarán con su fabulaciones y excentricidades.
El equipo
artístico puede distribuirse en dos grupos. Por un lado, quienes interpretan a
los personajes principales. Por otro, quienes realizan pequeños cameos con el
fin de engatusar el público, habida cuenta de que las celebridades abundan. Encabeza
el reparto Benicio del Toro, Oscar por su labor en “Traffic”, de Steven
Soderbergh y con icónicas actuaciones en títulos como “Sicario”, “21 gramos” o
“Sospechosos habituales”. Le acompañan Mia Threapleton (“Un pequeño caos”), Michael
Cera (“Juno”), Willem Dafoe (cuya extensa filmografía no procede resumirse en
pocas líneas), F. Murray Abraham (estatuilla dorada por “Amadeus”), Tom Hanks
(premiado doblemente por la Academia de Hollywood merced a sus papeles en
“Forrest Gump” y “Philadelphia”), Jeffrey Wright (“American Fiction”), Scarlett
Johansson (“Lost in Traslation”), Bill Murray (habitual de este cineasta) y Benedict
Cumberbatch (“Descifrando enigma”, “Doctor Strange”).
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