viernes, 20 de junio de 2025

ECHO VALLEY



Michael Pearce es un joven director y guionista británico que en 2017 despuntó en la industria cinematográfica al ganar el premio BAFTA al mejor debutante por su película “Beast”. En dicho largometraje ya evidenció su preferencia por el “thriller” y los personajes sórdidos. Se trata de una propuesta interesante, con ciertas dosis de originalidad y esa frescura de quien se inicia en el Séptimo Arte con valentía. Sin embargo, tan prometedor comienzo no obtuvo continuidad a posteriori, ya que apenas rodó otro proyecto de menor calado.  Ahora, ocho años después de aquel estreno triunfal, presenta su nuevo trabajo: “Echo Valley”.

Sin alcanzar el nivel de “Beast”, retorna al suspense y a la recreación de perfiles atormentados e inquietantes, en una cinta de factura correcta y contenido aceptable, que cumple con la misión de entretener y que condensa en poco tiempo una intriga apta, aunque desprovista de singularidad. No resulta común en la actualidad visionar un film de tan exiguo metraje (no llega a los noventa minutos de duración), pero he de decir que se agradece, si quiera para contrapesar la reciente tendencia a alargar exageradamente las narraciones hasta las casi tres horas.  

El título en cuestión no pasará a la Historia, como no lo hará su trama recurrente, propia de un telefilme de sobremesa. Aun así, funciona como pasatiempo para los amantes de relatos tensos y angustiosos. Contiene algunas partes poco creíbles pero, a tenor de la realidad de nuestro mundo, no me atrevo a ser demasiado riguroso con la credibilidad que reflejan algunos planteamientos artísticos. Su punto fuerte estriba en la habilidad para distraer y amenizar al público.  Su cuidada fotografía constituye probablemente su mayor baza, si bien se excede al remover los (bajos) instintos de protagonistas y espectadores.

Se denomina “Echo Valley” a una zona rural aislada, tranquila y rodeada de colinas. Allí una mujer lleva una vida solitaria, criando y entrenando caballos, e intentando reconstruirse tras una dolorosa tragedia personal. Esa rutina salta por los aires cuando su hija, con quien mantiene una relación complicada y distante, llama inesperadamente a su puerta, aterrada, temblorosa y empapada en sangre. El impactante reencuentro sacudirá la apacible existencia de la madre, enfrentándola a los demonios de su pasado y empujándola a proteger a la joven, aunque ello implique traspasar límites morales y legales.

Estrenada en la plataforma Apple Tv+ y pese a un casting integrado por figuras de gran renombre, le cuesta evitar la etiqueta de producción menor para unos destinatarios que, una vez transcurrida la proyección, la condenarán al olvido. Sin grandes fallos. Sin grandes aciertos.  

Forman el dúo interpretativo Julianne Moore y Sydney Sweeney. La primera, actriz consagrada, ganó un Oscar por “Siempre Alice” y ha estado nominada en otras cuatro ocasiones por “Lejos del cielo”, “Las horas”, “El fin del romance” y Boogie Nights”. Su filmografía reúne décadas de excelentes títulos. La segunda se abrió camino en series de televisión como “El cuento de la criada”, “Heridas abiertas”, “Euphoria” o “The White Lotus”, hasta su salto a la gran pantalla con “Érase una vez en… Hollywood” y “Cualquiera menos tú”. Sus papeles pecan un tanto de planos y previsibles, pero encajan en el relato.

Entre los secundarios figuran Kyle MacLachlan, inquietante y extraño actor muy vinculado a propuestas extravagantes de directores como David Lynch (“Dune” de 1982, “Twin Peaks”, “Terciopelo azul”) y  Domhnall Gleeson (“Una cuestión de tiempo”, “Anna Karenina” de Joe Wright, “Ex Machina”).




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