viernes, 15 de octubre de 2021

MADRES PARALELAS



No hay duda de que Pedro Almodóvar es el director español más conocido y reconocido a nivel mundial.  Poseedor de un sello de identidad intransferible, dota a sus largometrajes de un colorido especial, una narrativa personal y una forma de condimentar los diálogos y las secuencias a base de mezclar su dramatismo y comicidad tan característicos. Ganador de un Oscar al mejor guion por “Hable con ella” (en mi opinión, su mejor película), pasea su cine por los principales festivales logrando levantar expectación con cada nuevo título. En “Madres paralelas” pueden hallarse buena parte de esas señas que le identifican, como los colores fuertes, los giros humorísticos, el retorno al pueblo o la participación de sus actrices más icónicas, por lo que es posible reconocer la mano del cineasta en los planos, la estética y el prototipo de drama.

Sin embargo, no consigue alcanzar los niveles de calidad de sus trabajos más sobresalientes, entre ellos sus últimos “Dolor y gloria” y “Julieta”. El principal problema de “Madres paralelas” estriba en que trata demasiados temas muy diferentes y con sustantividad propia, pero sin hilvanarlos bien entre sí. Más que madres paralelas, parecen tramas paralelas que, cuando pretenden confluir, lo hacen de modo un tanto torpe y artificial. Reivindicaciones transmitidas en un tono aleccionador que poco tiene que ver con el cinematográfico, unidas a una tragedia particular, una reflexión maternal, un posicionamiento sexual y una crítica política, resultan desacompasadas. En algunas secuencias, chirría la introducción de alguno de estos elementos entre los demás, como si se necesitase un calzador para meter a presión un zapato en un pie que quizá necesita otro número, lo que resta credibilidad al relato y afecta a la necesaria implicación emocional que requiere un argumento como este. Contar una historia no es lo mismo que pronunciar un discurso y, en este caso, “Madres paralelas” tiene más de discurso (del que, por otra parte, nada que objetar) que de historia y, desde un punto de vista estrictamente artístico, la obra se resiente.

En este proyecto se aprecia además un gran desnivel entre los personajes masculinos y femeninos. Dentro de la filmografía de Almodóvar el protagonismo femenino es innegable, aunque en general con notables contrapesos que dotan de cierto equilibrio a la parte interpretativa. Sin embargo, en “Madres paralelas”, Israel Elejalde no sitúa a su personaje a la altura de los de sus compañeras, quizá porque no está perfilado con la entidad suficiente y en cada plano aparece forzado y desubicado. Sea como fuere, y  pese a los reparos expuestos, el director refleja en varias escenas sus rasgos singulares a través de sus dosis habituales de drama y humor.

Dos mujeres solteras coinciden en una habitación del hospital donde van a dar a luz. Janis, la mayor, no se arrepiente de su maternidad y está exultante. La otra, Ana, es una adolescente asustada y arrepentida. A partir de ese momento, se inicia una relación entre ambas que perdurará a lo largo del tiempo. Los avatares de la vida las golpearán y, sin querer, terminarán golpeándose igualmente entre ellas, lo que afectará irremediablemente a sus respectivos futuros. Simultáneamente, Janis emprende una decidida lucha para poder desenterrar a un antepasado suyo de una fosa común de la época de la Guerra Civil.

Dentro del elenco sobresale la actriz Penélope Cruz, cuyo esfuerzo interpretativo queda plasmado en pantalla. Destaca asimismo la casi debutante Milena Smit. Las dos llevan sobre sus hombros el peso actoral y, en un notable porcentaje, constituyen el motor de la película. Cuando la acción se centra en ellas, el conjunto final gana enteros. En esta ocasión, tampoco faltan Rossy de Palma y Julieta Serrano, aunque sus apariciones evidencian más una manía o una superstición del realizador manchego que una necesidad en sí misma.

 


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